Desde su nacimiento a mediados de los cincuenta como una muestra de cine religioso y de valores humanos, la Semana Internacional de Cine de Valladolid (Seminci) se ha consolidado como uno de los festivales más prestigiosos de Europa, un escaparate donde se dan cita autores consolidados y nuevas promesas de distintas latitudes para trazar una panorámica plural y versátil del cine contemporáneo.
Esta apuesta por una programación arriesgada y valiente que dé cabida a lenguajes y formas dispares, que sirva de cobijo a propuestas verdaderamente independientes, es la sella de identidad de un certamen que ha apostado por la autoría desde sus orígenes, como bien demuestra que la primera Espiga de Oro, el máximo galardón del certamen, recayera sobre Los cuatrocientos golpes, de Truffaut. La proyección de esta película en una España sometida a la censura no fue la excepción, sino la regla que consagró a la Seminci como una ventana al mundo, como el lugar de referencia donde poder ver obras cuyo estreno comercial estaba limitado, cuando no ya prohibido.
Fue en Valladolid donde se pudieron ver, en su versión íntegra, obras de Bergman, Wilder, Kurosawa, Bresson, Welles, Wajda, Oliveira, Fellini, Pollack, Frankenheimer, Kluge, Brooks, Preminger, Kobayashi y Fuller, por citar sólo algunos de los nombres que, año tras año, llenaron las salas de un público fiel y ávido de un cine que se saliese de la norma, plagado de temáticas y formas que rompiesen con la anquilosada producción que llegaba a unas pantallas.
En sus últimas ediciones, Valladolid ha apostado por nuevos creadores como Jacques Audiard, Alexander Payne, Denis Villeneuve, Andreas Dressen, Wolfgang Becker, Christian Petzold, Kelly Reichardt, Damien Chazelle, Wang Quan’an y Chloé Zhao, por citar sólo unos pocos de los que han integrado programaciones acompañadas de ciclos y retrospectivas que conforman otro de los puntales sobre los que se sostiene la cita y que tienen por objetivo alumbrar la producción de distintos puntos del mapa, siempre estructurados desde un rigor y una coherencia inscritos en el ADN del festival.